Por Juan Carlos Pérez Vertti Rojas
Aunque existen leyendas de vampiros
desde las culturas asirias y babilónica, el vampiro orgánicamente establecido
como criatura literaria, es un recién llegado a nuestra cultura. Sin embargo,
con sus menos de 200 años de existencia ha alcanzado tal prestigio y tal grado
de evolución, que ha obligado a escritores, artistas plásticos y cineastas a
enriquecer y, paralelamente, justificar las modificaciones de la criatura.
El nacimiento
del vampiro literario coincide con la liberación de las fuerzas interiores en
Francia producto de la caída de la Bastilla, y el surgimiento de nuevos modos
de decir y contar el tiempo. A Rosseau y Voltaire, los grandes faros de la
Filosofía de las Luces, se deben textos donde el vampirismo aparece bajo un
objetivo científico. Rosseau lanza un verdadero desafío al afirmar: Si ha habido en el mundo una historia garantizada, es la de los vampiros. No falta nada: informes oficiales, testimonios de personas atendibles, cirujanos, sacerdotes, jueces: ahí están las pruebas.
Una sociedad que nacía al mismo tiempo a la sacralización de la Diosa Razón y al conocimiento objetivo de la realidad, necesitaba justificar científicamente sus intuiciones. Seguramente Rosseau tenía en mente el Informe médico sobre los vampiros enviado en 1755 por el protomédico Gerard van Swieten a su majestad la emperatriz María Teresa. Con objetividad y lenguaje científico, van Swieten hace un frío análisis de la causa judicial emprendida contra unos cadáveres por la creencia que se trataba de vampiros culpables de varias muertes y epidemias en el pueblo. Por su parte, Voltaire dedica páginas de su Diccionario Filosófico al estudio de los vampiros, a partir del trabajo cimero sobre el tema, escrito a la mitad del siglo XVIII. Su composición se debe a la pluma del padre Dom Agustin Calmet, quien en 1751 da a la luz su libro conocido como Tratado sobre los vampiros. El trabajo de Dom Calmet, hecho para demostrar que todo lo que es contrario a la voluntad divina es una aberración, es uno de los más sistemáticos y objetivos que existen: en él se encuentran los testimonios y las pruebas que anunciaba Rosseau, presentadas por un hombre que verdaderamente creía en la existencia del monstruo.
Portada del "Festín de la sangre" |
“Varney el vampiro, o el festín de sangre” (1847) es, por su parte, uno de los mejores libros en el género. La técnica literaria, el estilo en la prosa, la caracterización de los personajes son sustituídos por acción burda y violenta que casi roza la pornografía. Su creador, James Malcolm Rymer (muchos estudiosos atribuyen la autoría a Thomas Preskett Prest, pero en realidad él es solamente el editor), elige como víctimas de Varney a voluptuosas mujeres jóvenes, descritas en la plena incandescencia de una lúbrica semidesnudez. Publicada originalmente en entregas, Varney alcanzó a llegar en su edición final a los 220 capítulos. Esta novela era el equivalente del libro vaquero de nuestra época.
Carmilla (1872), interesante novela (o cuento largo) de vampiros escrita por Joseph Sheridan Le Fanu, constituye un valioso precedente para el género. Le Fanu, uno de los más sutiles escritores de terror de su época, nos brinda una narración muy trabajada, casi un trabajo de orfebrería, en el que la amistad femenina, la soledad, el deseo sexual y la avidez de sangre del vampiro se entrelazan estrechamente en un convincente retrato de mujer vampiro que sacia sus instintos en la joven hermosa e inocente Laura.
Una de las más exquisitas obras que he leído es la de Théophile Gautier y su genial obra "La muerta enamorada" donde cuestiona rudamente la fe de un sacerdote al encontrar el amor de su vida en una vampiro. Para que imaginen la calidad de su escrito, aquí les dejo una de sus frases célebres:
"No se puede saber qué es una mujer hasta que no se ha visto a una mujer enamorada".
Cada uno de estos escritores añadió sus propios
elementos al mito, pero es a finales del siglo XIX cuando los elementos
adquieren estructura en una de las mejores obras de la literatura de horror. En
1897, tres años antes de terminar el siglo XIX, el irlandés Bram Stoker,
secretario particular de sir Henry Irving, uno de los grandes actores
finiseculares, publica la novela Drácula, que inmediatamente se convierte en un
éxito de librerías y desde entonces nunca ha estado fuera de circulación. Tres son los elementos que vuelven aterradora, inolvidable y emblemática la novela de Stoker: estar inspirada en un personaje histórico, que sus hechos se desarrollen en fechas precisas y contemporáneas a los años de aparición de la novela y la presencia de argumentaciones científicas a todo lo largo de su obra. Ubicar su acción en Transilvania, centro geográfico donde confluyen los mitos en torno a los vampiros y el retorno de los muertos, es un triunfo de verosimilitud narrativa. Y es precisamente de esta región de donde proviene el personaje histórico que inspiró la novela: Vlad Drácula, conocido con el sobrenombre de Tepes, o el Empalador.
Vlad Tepes festejando una victoria |
El caso de Vlad no es el único que se ha asociado al mito del vampirismo en la historia de la humanidad. Tenemos otros vampiros célebres, como la condesa húngara Erzebet o Elisabeth Bathory, quien en 1610 es condenada por el asesinato de más de 600 jovencitas a quienes ordenó degollar para beber su sangre y tomar baños del mismo fluído, pues ella consideraba que esto la mantendría eternamente bella y joven. Otros casos relevantes son los de Peter Kurten, el vampiro de Duseeldorf (1931) y el de George John Haig el vampiro de Londres (1949), ambos asesinos seriales que se consideraban criaturas de la noche.
El vampiro Orlock de Stephen King |
Y próximamente no se pierdan mi novela "La imprecación" en la que explicaré muchas cosas asociadas a vampiros como lo de los espejos, el agua, las estacas, los crucifijos, etc.