9 de abril de 2011

ME HUELE A QUE NO PASO...

Por Juan Carlos Pérez Vertti Rojas

Quiero dedicar este blog con cariño a Etthusa y a Dalia por los ánimos que me dan para escribir con sus aportaciones semanales.

Podemos llamarlos olores, pero algunos se refieren a ellos como aromas, otros más suelen denominarlos fragancias…

Independientemente del término que se utilice, los olores son hoy en día uno de los motivos de fascinación para la especie humana; suelen estar ligados a sensaciones, emociones y experiencias cotidianas.

El título de este escrito, alude a una expresión muy común como para decir que sospechamos de algo, pero cuando percibimos y hacemos conjeturas a partir de observaciones de las señales que nos envían nuestros interlocutores entramos en el terreno de la etología.

La etología (del griego «ηθος» ethos, costumbre, y «λóγος» logos, razonamiento, estudio, ciencia) es la rama de la biología y de la psicología experimental que estudia el comportamiento de los humanos y otros animales en libertad o en condiciones de laboratorio; corresponde al estudio de las características distintivas de un grupo determinado y cómo éstas evolucionan para la supervivencia del mismo.

Los objetivos de los etólogos son el estudio de la conducta, del instinto y el descubrimiento de las pautas que guían la actividad innata o aprendida de las diferentes especies animales. Intenta responder qué beneficios obtiene el animal de un comportamiento y qué ventajas evolutivas ha tenido para que este sea seleccionado. Así, los etólogos han estudiado en los animales aspectos tales como la agresividad, el apareamiento, el desarrollo del comportamiento, la vida social, la impronta y muchos, muchos otros.

Un problema que aborda la etología es si un comportamiento tiene bases genéticas o es básicamente aprendido. Finalmente, se llegó a la conclusión de que, aunque un factor sea innato o aprendido, en muchas ocasiones tiene parte de ambas cosas: requiere aprendizaje o un conocimiento innato para su correcto desarrollo. Pero siempre queda la pregunta: ¿cuándo apareció dicho comportamiento en la historia evolutiva de la especie?

La etología considera que la conducta es un conjunto de rasgos fenotípicos: esto significa que está influenciada por factores genéticos y es, por lo tanto, fruto de la selección natural. A la etología le preocupa comprender hasta qué punto la conducta es un mecanismo de adaptación, para lo cual trata de establecer en qué medida influye sobre el éxito reproductivo. En resumen, la etología pretende describir la conducta natural, explicar cómo se produce, qué función adaptativa cumple y su filogenia o evolución.

Se puede definir un patrón de comportamiento, como un segmento organizado de comportamiento teniendo una función especial. Su naturaleza es determinada principalmente por herencia, pero este puede ser modificado por entrenamiento y aprendizaje. Los patrones de comportamiento están relacionados a la anatomía fundamental y a los procesos de vida del animal y así son extremadamente estables bajo condiciones de domesticación y aún de intensa selección.

Regresando al terreno de los aromas, los animales e incluso los humanos, utilizan olores para comunicarse entre sí, para marcar dominios o territorios, para enviar mensajes de cortejo o para establecer interacciones de atracción, repulsión o alarma, por mencionar algunas de las múltiples funciones que desempeñan las sustancias olorosas dentro del ambiente biológico.

Desde el punto de vista químico, el olor es una sensación, una noción de estímulo y percepción producida en el olfato por la interacción de una sustancia orgánica con los receptores olfativos de los seres vivientes. Dicha interacción depende en gran medida de la volatilidad de la sustancia, ya que es necesario que las moléculas de la sustancia olorosa pasen a una fase gaseosa para que puedan llegar a la nariz y así ser percibidos; de igual forma, se requiere que puedan atravesar las membranas de las células epiteliales de la nariz y llegar a los receptores que enviarán la señal al cerebro, indicando la sensación del olor. Un punto importante que deben cumplir las moléculas olorosas es tener un peso molecular bajo, aunque se ha generado cierta controversia en este punto puesto que hay moléculas, tales como los esteroides, que poseen olor, aun siendo de gran tamaño. Otro aspecto en relación con el tamaño de la molécula es su influencia sobre el mecanismo de la quimiorrecepción, pues parece ser que ciertas incapacidades para percibir aromas (anosmias) en los humanos aumentan directamente conforme al tamaño molecular, lo que puede deberse a que las moléculas muy grandes no tienen un buen acomodo en el sitio receptor.

La percepción del olfato involucra tres aspectos importantes: la intensidad, la descripción cualitativa y la apreciación del aroma. El umbral de detección del olor, definido como la concentración mínima en que se percibe el estímulo, puede ser hasta de partes por trillón para algunos aromas, pero esta estimación varía de un aroma a otro hasta en unas cincuenta veces o más.

En lo que se refiere a la descripción cualitativa; se cree que los humanos tienen la capacidad de diferenciar hasta 10 mil olores diferentes, pero la mayoría de nosotros solamente percibimos una fracción de ellos a lo largo de la vida, por lo que a menudo la descripción de un olor varía de persona a persona; sin embargo, la apreciación de un aroma es subjetiva, ya que se ve influenciada por aspectos culturales o emocionales. De hecho, para algunas personas el mismo perfume puede ser agradable, desagradable o indiferente.

Por ello –independientemente de la forma particular en la que cada individuo percibe los olores–, se ha propuesto una sencilla clasificación que postula siete aromas primarios: etéreo, alcanforado, almizcle, floral, mentolado, picante y pútrido. Aunque ésta ha sido la tipificación usualmente aceptada por los científicos, hasta ahora no hay un “mapa de olores” que se ajuste a todos los individuos y que se utilice por las industrias de la cosmética, perfumería y alimentaria.

Para atraer a los miembros del otro sexo los insectos utilizan unas sustancias químicas denominadas feromonas. ¿Pueden los humanos usar este mismo tipo de señales “químicas” para atraer a las potenciales parejas? Al parecer según los científicos esto es sólo una fantasía o deseo de algunos.

Los investigadores aún están aprendiendo cómo funciona la comunicación feromonal entre humanos, las feromonas son sustancias químicas secretadas al ambiente por una especie para producir una respuesta programada en otro de la misma especie, aunque dicha respuesta es involuntaria. En forma común solamente se asocian las feromonas a una rápida respuesta en la atracción sexual, pero las éstas se dividen en varias categorías dependiendo de las características de la respuesta que induce. Hay feromonas para suministrar información de la edad o sexo vitalidad y estado de salud del individuo; otras modulan los estados de ánimo y otras consisten en señales de peligro o alarma.

Hasta ahora, los efectos de las feromonas en el comportamiento social de humanos adultos han sido estudiados parcialmente y aun queda mucho trabajo por hacer. Se han encontrado feromonas en el sudor, saliva, y orina, por ejemplo la que se produce en la axila del varón, afecta la secreción de hormonas reproductivas en la mujer (hormona de imprimación) y su estado de ánimo (hormona moduladora).

En los humanos, las feromonas son secundarias, ya que podemos obtener información por otros canales (por ejemplo los gestos, de los que hablaremos en el siguiente blog, que nos indican si las acciones que estamos realizando son las adecuadas para ligar a la otra persona). Sin embargo, seguimos emitiendo estas sustancias químicas que informan sobre nosotros y siguen afectando a las personas que nos rodean de forma totalmente inconsciente.