La noche y los fantasmas
se llevan bien. Es un binomio que ha logrado mantenerse en buenos términos
durante siglos en el imaginario de la gente, sustentando así una abundante literatura
que, aún hoy, sigue hablándose de ello con gran éxito en todos sentidos.
Fantasmas, voces, espíritus, ovnis... La lista
de fenómenos paranormales es tan larga como incomprensible. Lo curioso es:
1. ¿cómo algunas personas pasan de
una simple creencia a la devoción ciega que incluso ha provocado suicidios
masivos?
2.
¿Qué hace que alguna vez caigamos en la tentación
de lo paranormal?
Los fantasmas nos seducen, nos interesan, nos inquietan. No es posible
la neutralidad o la absoluta indiferencia cuando alguien instala el tema en una
mesa de discusión. Se les puede temer o rechazar, pero nunca hacerlos a un lado
sin algún comentario irónico, escéptico o crédulo.
La creencia en la existencia de fantasmas es un hecho generalizado que
se fija prácticamente en todas las sociedades de la Tierra. Leyendas, cuentos
populares, rumores y folklore referidos a ellos, testimonian —directa o
indirectamente— el interés que los hombres tienen respecto de lo que sucede más
allá de la muerte.
Los fantasmas nos hablan de nosotros mismos. Sus apariciones son
nuestros propios reflejos. Nos muestran, desde un ángulo original, cómo hemos
elaborado a lo largo de la historia nuestra identidad; y de qué manera se
entretejieron variables culturales, psicológicas y sociales en la construcción
de entes que a{un discutimos si son reales o solo producto de la imaginación.
Definir qué es un fantasma depende del espacio y del tiempo. Depende del
lugar que cada persona se adjudica a sí misma dentro del universo.
El fantasma oculta y revela muchas cosas al mismo tiempo.
El sentido de "lo imposible" tomó su forma original y con él,
el status de las maravillas se vio transformado. La antigua convivencia con los
espectros (que nunca dejaron de inquietar un poco) se alteró y "lo
sobrenatural" apareció como una fractura a la coherencia, sorprendiendo y
aterrorizando. Desde entonces, los fantasmas se transformaron en entidades
perturbadoras. Al descomponerse la fluidez antes existente entre este mundo y
el Más Allá, el terror hizo acto de presencia, ya que el contacto entre ambas
realidades podía poner en riesgo la salud física, psíquica y moral de los hombres.
Con las historias de fantasmas, aquello considerado ficcional ocupaba un
lugar concreto en lo cotidiano, y esa usurpación del espacio por lo inmaterial
empezó a ser uno de los terrores más profundos que surgían de ese tipo de
relatos.
La gente lista cree cosas raras porque es hábil
en defender creencias a las que ha llegado por razones tontas... La mayoría la
mayor parte del tiempo, llegamos a nuestras creencias por una variedad de
razones que tienen poco que ver con la evidencia empírica y el razonamiento lógico”.
A ese fenómeno se le conoce como sesgo de confirmación, y se refiere a
una investigación tendenciosa o preconcebida que, incluso antes de hacerla, se
está seguro que comprobará la creencia.
Sus resultados son dudosos y se les denomina como errores de interpretación.
Luego entonces seguiremos creyendo en fantasmas porque sí, porque no
tenemos argumentos ni para defender su existencia, ni tampoco tenemos elementos
para refutarla.
Así pues, seguiremos no creyendo en ellos, aunque con mucho temor de que se
nos aparezcan.