10 de mayo de 2011

¿Qué es la adolescencia?

Por Juan Carlos Pérez Vertti Rojas

Ahora que ya terminaron un nuevo curso y que se encaminan hacia una nueva senda se preguntarán si son, o no son, lo suficientemente maduros para esa nueva tarea (y responsabilidad a la vez), es por ello que hablaremos de la adolescencia y determinen si todavía se sienten identificados con sus características.

Hay un gran número de respuestas muy variadas y valiosas para especificar esta etapa de la vida, aunque casi la mayoría coinciden en definirla como una etapa crítica y de carencias. Conforme al origen de la palabra latina adolescere (crecer hacia la madurez) y a lo que discutiremos la intentaremos resignificar.

Dicho de un modo sencillo y tal vez simple, se define como una etapa de nuestra vida en la que se dan grandes cambios, entre los cuales, los más fáciles de percibir, son los cambios físicos. También es fácil percibir que es la época en que tenemos grandes conflictos emocionales y conflictos con aquellas personas que nos representan autoridad, nuestros padres, nuestros maestros; y muchos otros cambios que, como adultos, ya no recordaremos y pero que hemos de rescatar del olvido y para entenderlos.

Hagamos un ejercicio de reflexión comparativa y pensemos en la relación que hay entre la generación actual de jóvenes que cursan el CCH en nuestros días y lo que fue mi juventud (y por ende, mi adolescencia).

La mayoría de la gente que salió del CCH este año, nació entre 1993 y 1994, en ese tiempo Yo ya contaba con 8 años dando clases en el plantel, lo que garantiza que esta generación No sepa lo siguiente.

Ustedes no tienen recuerdos significativos del “lunes negro” de la Bolsa de Valores en 1987; le es igual de importante que la Gran Depresión de 1929. Para ustedes solo han existido dos Papas. No habían nacido cuando la Unión Soviética se desintegró. No se acuerdan de la Guerra Fría y conocen una sola Alemania aunque en la primaria les hayan contado que había dos. Cuando García Márquez ganó el Nóbel, ni siquiera sabían leer. Son demasiado jóvenes para acordarse de la explosión del transbordador espacial "Challenger". ¿A caso ha habido un gran sismo para ustedes en nuestro país como el que nos significó a nosotros en 1985? Para ustedes, el SIDA ha existido siempre. No alcanzaron a jugar con el ping pong de Atari o PacMan (tal vez en algunos juegos Arcade); el CD entró al mercado cuando todavía ni nacían, por lo que nunca tuvieron un tocadiscos y ni siquiera saben que los discos giraban en diferentes revoluciones según su tamaño, aún más, nosaben que para tocar una canción determinada, había que atinarle al zurco adecuado y que corrían el riesgo de echar a perder el disco por tocarlo repetidas ocasiones. Nunca cantaron "We are the world, we are the children". Michael Jackson siempre fue blanco, aún dentro de su ataúd. Star Wars se les hace bastante falso y los efectos especiales les parecen patéticos. Nunca se meten a nadar pensando en "Tiburón". ¡Y cómo van a creer que Travolta pudo bailar con esa panza! Nacieron doce años después que la Sony puso a la venta el primer Walkman (y era para cassettes, ¿los conocen?) y para ustedes los patines siempre han tenido las ruedas en línea. Muchos no saben que los televisores solo tenían 4 canales y se cambiaban con perilla, más aún, incluso algunos de ustedes no han visto nunca un televisor en blanco y negro, que se encendía después de un largo rato por sus bulbos (los predecesores de los transistores). No pueden explicarse siquiera lo que es ver la tele sin un control remoto. Puede que nunca hayan visto Perdidos en el Espacio o El Llanero Solitario. Nunca oyeron las siguientes expresiones: "El avión, jefe, el avión" o "Abuelito, dime tú". No recuerdan quien era Ultramán, ni tampoco quienes eran "El Hombre Nuclear" o el General Lee de los “Duques de Hazard”.

Para ustedes es de lo más normal un teléfono celular o una PC, un IPOD y en general gadgets que nosotros sólo veíamos en las películas de espías o ciencia ficción.

Es este nuestro referente temporal, ya que como vemos en 17 años los cambios son radicales, aunque haya características permanentes en los adolescentes como lo veremos a continuación.

Aunque la adolescencia ya se consideraba una nueva fase de la vida desde que en 1904 Hall la definiera como el tramo de la vida que va entre los 16 y 19 años; es después de la II Guerra Mundial que empieza a considerarse en los países occiden¬tales una nueva etapa de la vida: la juventud.

Lo central de la reflexión sobre esta etapa quizás pueda ex¬presarse como búsqueda de identidad, tiempo de espera antes de las responsa¬bili¬dades adultas (Erikson, 1968). Pero, el límite entre la juventud y la edad adulta es im¬preciso y coyuntural; ya que depende más del «estilo de vida» que del condiciona¬miento biológico de la edad.

Para Roberts (1983) y Kitwood (1980) el problema del joven no es tanto afirmar su identidad cuanto preservarla en un contexto social de fragmen¬tación. El aplazamiento de la asunción de responsabilidades durante un tiempo caracteriza el concepto «actual» de joven. Permanecer en la es¬cuela parece ser más una experiencia de estancamiento que de aliento de esperan¬zas, sobre todo cuando uno se siente fracasado y rechazado en ella.

De acuerdo a Los hogares de México publicado por el INEGI (2000), el 32.8% de los más de 16 millones de hogares en nuestro país está encabezado por jóvenes entre los 20 y 34 años. En este documento también se apunta que la población en los hogares mexicanos es fundamentalmente joven: 38.7% de la misma tiene menos de 14 años y el 29.5% entre 15 y 29 años, que es el rango que nos interesa. El tamaño promedio de las familias en esos rangos de edad oscila entre los 3.6 miembros y los 4.6.

Los padres de familia son los primeros responsables de la educación y el cuidado de sus hijos, en ellos recae la responsabilidad, pues es a donde primero llegan. Cada familia elige, cuando es tiempo de llevarlo a la escuela, algunos padres eligen con cuidado la institución que consideran adecuada para su hijo, pues en ella estarán depositando parcialmente la responsabilidad de educarlo en determinadas áreas.

Cuando llegan al bachillerato se establecen dos caminos: el primero es cuando los padres siguen teniendo una participación activa en la selección y orientan, sugieren o persuaden al hijo para que se inscriba en el bachillerato de la UNAM (entiéndase que en la mayoría de los casos la inclinación es hacia la Escuela Nacional Preparatoria, sobre todo por el desconocimiento o mala información que se tienen de los CCH’s); el segundo caso es cuando se le da al adolescente la oportunidad de que elija dónde quiere él continuar sus estudios. En ambos casos también depende de que acrediten el examen único para el bachillerato y con buena calificación para que el sitio que seleccionaron les sea otorgado.

En cursos de ambientación (sesiones de una semana en las que se les explicaba a los noveles bachilleres las bases del Colegio) en los que he participado, les cuestionaba a los jóvenes el por qué habían seleccionado el CCH como escuela para continuar. La mayoría dijeron que ahí los habían mandado, otros lo eligieron porque parientes suyos habían cursado ahí o sus padres se los recomendaron por la cercanía a sus hogares. Lo interesante es que ninguno lo había seleccionado por las características del sistema educativo. Una conclusión a priori es que los jóvenes cuando ingresan no tienen la madurez necesaria para elegir su futuro educativo.

La escuela cumple una función siempre complementaria en la educación que no puede responsabilizarse de toda ella ya que tiene sus fines y asignaturas propias. Y entendemos que la familia es el escenario apropiado para entrenarse y descubrir la alegría de compartir y de preocuparse de los demás ayudando a sus hijos en una buena elección educativa. Pues lo que se aprende en la familia permanece toda la vida.

En pláticas con nuestros amigos de la adolescencia, comentamos que es precisamente esta etapa de nuestra vida la que más satisfacciones nos dio y es precisamente la que quisiéramos volver a vivir; ya sea por los recuerdos, nuestros amores, la escuela, la libertad de pensar sin tener responsabilidades, sin pensar en el mañana, sin importar el qué dirán, sin pensar en nada más que en nosotros mismos. Podría enumerar un sinfín de razones que definan por qué cada uno de nosotros quisiera vivir de nuevo esa época, pero eso no es lo que importa para la presente reflexión.

Es importante mencionar que esta época también es la que más nos habla de nuestras carencias, de esos sueños sin realizar, de esa conquista que quedó en el olvido, de la lucha por ganarnos un lugar, por conseguir la atención de nuestros padres, maestros y amigos. Recuerda que en esa etapa recibiste más represión por parte de tus padres y, al mismo tiempo, nunca recibiste una respuesta a tus constantes preguntas.

Los jóvenes de hoy - no por culpa propia - parecerían tener el alma más frágil y débil, porque no están acostumbrados a soportar carencias. Se les habla poco de ejercitar y desarrollar la voluntad.

"Los ideales" de superación han sido sustituidos por los "deseos" de cosas. Y los jóvenes se han convertido en un mecanismo de deseos que se pueden tentar, dirigir y manipular a través del mundo de las sensaciones e imágenes. El hombre de hoy - señalaba Isaac Riera - rige su conducta, no por el principio de superación, sino por el principio de no-frustración. Como consecuencia de esto, existe en nuestra sociedad una enorme masificación de los comportamientos y de los hábitos. El joven sé "mimetiza" a lo que se impone en el ambiente: modas, músicas, actitudes, etc. Deja de ser él mismo y se transforma en un ser exactamente igual a todo el mundo y tal como los demás esperan. No se anima a ser un Don Quijote, prefiere el anonimato, no distinguirse del resto. Frente a esta situación, nos preguntamos si es mejor esta actitud que aquella de los jóvenes del 68, capaces de dar su vida por un ideal.

Las duras jornadas semanales de los jóvenes, no me refiero a los que trabajan ni a los que estudian de lunes a viernes, sino a la llegada del fin de semana. A la hora de salida los viernes ustedes parten a "pasar" el tiempo al antro, al boliche, al café o otros lugares. Poco a poco el ambiente se va caldeando, la música ensordece y marea, circulan las bebidas alcohólicas y las drogas. Se trata de dar frenesí al ambiente. Con suerte, los quince o veinteañeros regresan ilesos a sus hogares a las cinco de la madrugada, cuando no a las ocho o las nueve y no tan ilesos. Para los padres responsables no rige en estos casos el famoso refrán de "ojos que no ven corazón que no siente", porque esta situación se repite al día siguiente y durante todo el año ha acabado con muchos sistemas nerviosos y los ha inducido a noches insomnes. Sigamos con el curriculum: el sábado ellos duermen hasta las dos o tres de la tarde para repetir la jornada por la noche, o sea que pasan 24 horas seguidas sin dormir. Lo más preocupante son los daños morales o mentales que esto puede acarrear para toda la vida, cuando no el alcoholismo o la drogadicción crónicas. Pero no menos preocupante son los daños físicos. Leí en un periódico capitalino que el riesgo de los accidentes de los conductores de ómnibus o taxis que trabajan durante once horas aumenta en proporción alarmante. Y el de esta juventud que no está trabajando pero está bailando y que se agota con esos horarios absurdos, ¿no aumenta también el riesgo?

Las exigencias parentales irrazonables en cosas que no tienen, a veces importancia, pueden conducir a problemas más graves; tal es el caso en relación a la vestimenta, el largo del pelo y el peinado, el cuarto sucio y la casa en desorden, la música ensordecedora, el uso del teléfono, el levantarse por la mañana, las peleas entre hermanos, etcétera. Si bien algunas de estas situaciones suelen no ser graves, no podemos decir lo mismo cuando se trata del rendimiento académico, ya que cuando un adolescente manifiesta "mal" rendimiento o "bajo" rendimiento los padres se molestan o se asustan y los educadores se sienten amenazados.

La lista de posibles causas es larguísima; tenemos entonces que van desde las personales a las no personales y que involucran tanto lo familiar como lo educativo y lo social, encontrando que en la mayoría de los casos las causas suelen ser mixtas, es decir tanto personales como no personales, lo que hace necesario que ante un adolescente (o niño) que no rinde adecuadamente se tenga que hacer una valoración muy cuidadosa que nos lleve a identificar las mencionadas causas y así tener la posibilidad de poder manejarlas más adecuadamente y resolverlas para evitar la complicación más lamentable en estos casos: el fracaso escolar.

Ya para cerrar me gustaría señalar que estas características son a las que los docentes nos tenemos que enfrentar, porque muchos ya olvidaron su etapa adolescente y otros, quienes todavía la recordamos queremos que los alumnos tengan una vida mejor, y grandes expectativas para su futuro, por lo que nos comportamos de cierta manera.

Lo importante es que al final de esta lectura hayas notado que la adolescencia es sólo un pretexto social para justificar y tolerar ciertas conductas, porque en realidad ya eres un adulto, pero que quieres darte un último respiro de niño para cometer todo tipo de locuras que llegando a la facultad ya nadie te va a justificar, ni a permitir.